miércoles, 21 de septiembre de 2011

El Hombre Sabio de Clégora

Éste es un cuento que pertenece a un libro llamado “Clégora” el cual está en proceso aún. Quería, a través de este cuento, enseñar un poco al mundo en qué y cómo estoy trabajando actualmente. Se pueden notar las diferencias a comparación de mis anteriores cuentos y novelas. Les invito a leer este cuento que me parece muy bueno.
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Érase una vez, en un país lejano llamado Clégora, un hombre pobre, mísero, desventurado… que quería ser el más sabio del mundo, porque una vez, un anciano sabio, le dijo que consiguiendo la sabiduría primero, podría conseguir el resto de sus anhelos sin problemas, pues, para todo tendría siempre alguna respuesta y solución.

Este hombre viajaba siempre por todos los países para entrevistarse con los hombres más sabios de las distintas naciones, y así, poco a poco, fue acumulando su sabiduría. 

Con el tiempo, se dio cuenta que era cierto lo que éste anciano le había dicho. No le faltaba nunca el agua, la vestimenta, la comida ni el regocijo, porque siempre tenía una respuesta y una solución a todo. Comenzó su viaje caminando, sediento, triste y con algunas ropas viejas y ahora hasta tenía un hermoso e imponente carruaje con un conductor quien se había convertido en su mejor amigo, y de este modo, iba de país en país. 

Había, pues, este hombre, llegado a un país muy pudiente, lleno de riquezas y de alegría. Estacionó el carruaje su buen amigo el conductor en medio de la plaza principal de la capital. Subió al techo del carruaje, el ladino amigo, y, como en todos los viajes, sacó una bolsa con monedas de oro y empezó a gritar:

-¡He aquí veinte monedas de oro para la persona que me sepa decir quién es el más sabio de este lugar!

Y al ver esto, algunos curiosos se acercaron a escuchar lo que hacía este llamativo hombre, pero ninguno le daba respuesta.

-¡¿Es que nadie puede decirme quién es el más sabio de éste país?! – exclamó.

Entonces, una mujer de bello rostro y hermosos cabellos, se acercó a decirle:

-Yo conozco a alguien que es una persona bañada en sabiduría, pero no sé si será el más sabio de éste país – dijo la hermosa señorita con la mirada levantada pero con el rostro escondido y con sus manos cogidas la una a la otra.
Dentro del carruaje, la timorata y tierna voz había enamorado al hombre sabio que venía de Clégora, aún sin saber cómo era el rostro de ella.

-¿Quién es éste hombre del cual habla, señorita?- preguntó el conductor.

- Es mi padre – respondió la encantadora joven.

Y justamente cuando el conductor iba a hacerle otra pregunta, la voz escondida del hombre sabio interrumpió la conversación.

-Que suba – dijo desde lo oculto.

La hermosa joven miró al conductor del carruaje, y éste, movió la cabeza de arriba abajo afirmándole que debía subir. Y ella, muy sumisa, lo hizo.

Cuando ella estuvo dentro del carruaje, el hombre sabio quedó enamorado ya no sólo de su voz, sino también de su rostro, de sus manos, de sus cabellos y de su cuerpo. También pudo darse cuenta que esta joven, aunque tímida, dejaba escapar unas miradas inocentes y confundidas, no podía evitar querer ver a este hombre, pues sentía dentro de sí misma un extraño brote de amor confuso por lo pronto que se mostraba, y él, se dio cuenta de eso.

-¿Y en dónde vive tu padre, hermosa señorita? – preguntó el hombre sabio.

- Vive dentro del castillo, es consejero del rey y hasta podría decir que es su mejor amigo.

- ¡Vamos al Castillo, entonces! – ordenó a su buen amigo el conductor para empezar la travesía.

Durante el camino, el hombre sabio no pudo evitar enamorar a la joven señorita, pues estaba encantado con su belleza y ternura. Le decía cosas dulces y hermosas, y ella cayó ante tanta galantería, pues estaba enamorada también.

Llegaron al castillo y el hombre sabio empezó a conversar con el padre de aquella bella señorita. Lo primero que le preguntó fue:

-¿Es cierto que al conseguir la sabiduría, primero, se puede conseguir luego lo que uno quiera porque siempre tendrá respuesta y solución?

-Es cierto - respondió el padre de la señorita encantadora.

- Entonces tengo muchas preguntas por hacerle, mi estimado sabio.

Sin embargo, en esta ocasión el hombre sabio de Clégora no podía concentrarse bien en lo que hablaba con el padre de la joven, ya que ésta estaba dentro de la habitación y lo miraba de una manera enamorada.

El hombre sabio estuvo en el castillo de ese país durante dos meses, y a su buen amigo el conductor, le alquiló una casa en el pueblo para que coma y duerma hasta que lo necesite de nuevo. Nunca antes se había quedado tanto tiempo en algún lugar, y todo era por la encantadora señorita. El hombre sabio había encontrado el amor de su vida, no obstante, había algo que le faltaba por saber.

Para el segundo mes, el hombre sabio ya tenía permiso por parte del padre para desposar a la encantadora señorita. Pasaron dos meses más y ya casi todo estaba listo para la boda. Ambos, el hombre sabio y la señorita encantadora, se veían muy enamorados ante la realeza y ante los plebeyos. Todo el mundo podía notar el amor que se tenían los dos. Hasta que tres semanas antes al matrimonio, la señorita encantadora llama al hombre sabio a su habitación para conversar. Y en ese momento ella le dice que antes de él, había habido ya otro hombre con el que ella había estado de novia, y que habían tenido a escondidas una vida de pareja, sólo que éste había fallecido en una batalla entre países. Esto destrozó el corazón del hombre sabio. Su vida se destruyó por completo desde ese momento. Él no quería aceptar que la voz pura y tierna que escuchó en el primer momento no lo era tanto como él creía. Lo primero que hizo al escuchar esa desagradable noticia fue huir de la habitación a caminar por los jardines reales en plena noche pero iluminado por la luz de la luna. Se dio cuenta que el amor que sentía por la encantadora joven estaba sufriendo un cambio inmenso. Él siempre había querido ser el primer y único hombre de la vida de la que fuera su esposa, así que esta situación lo obligó a pensar que debería romper el compromiso mañana por la mañana, al igual que fue roto su corazón esa noche.

A la mañana siguiente, despertó el hombre sabio muy temprano. Casi no había dormido por soportar ese dolor tan grande que sentía. Sin embargo, se dio cuenta que a pesar de todo, el amor que sentía por aquella señorita encantadora era el más grande que nunca había sentido, así que quizá el amor podría ser más fuerte que el dolor. “Después de todo, soy un hombre sabio y deberé encontrar alguna respuesta y solución”, pensó.

Fue a buscar a la encantadora señorita a su habitación para decirle que estaba dispuesto a continuar con el matrimonio, pero que le diera un poco de tiempo más para saber cómo solucionar ese problema que le causaba tanto sufrimiento. Empero, cuando la vio, lo primero que se le vino a la mente fue una imagen de ella con alguien más besándola y acariciándola, y el dolor empezó a aparecer nuevamente en su corazón y alma y quedó otra vez destrozado, pero aún así, como buen hombre sabio que era, se hizo fuerte y le pidió tiempo. Ella aceptó encantada, después de todo confiaba en su amado hombre sabio y su sabiduría. Pero cuando la señorita intentó abrazarlo, éste sintió asco por ella y no la quiso tocar, y se fue dejándola llorando.

El hombre sabio se había hecho muy famoso en el país porque, a comparación del padre de la señorita encantadora, con su sabiduría ayudaba a todo aquel que tenía problemas y les daba respuesta y solución a las personas del pueblo que lo necesitaban. Mientras que el padre de la joven, sólo ayudaba al rey. Así que todos estaban enterados que se casaría, de modo que tuvo que poner como excusa de demora de su boda, el fallecimiento del hijo del rey de un país amigo cercano. Se informó al pueblo y al rey que la boda no tenía fecha fija aún, ya que no se podía celebrar nada por respeto al país vecino.

Durante la primera semana el hombre sabio lloró todas las noches por su desdicha y por las imágenes que se creaban en su cabeza. Ya no atendía a las personas que tenían problemas porque no se sentía servible, y daba el mismo subterfugio para justificarse ante ellas.

A mediados de la segunda semana, el hombre sabio ya había encontrado respuesta y solución para no tener asco de tocar a su amada, así que probó yendo por la noche a su habitación, y cuando la vio, se acercó a ella para abrazarla y se pusieron a llorar de alegría, pero no dejaba de pensar que alguien más ya la había abrazado así, pero intentó pensar más en el cariño que sentía al momento de hacerlo y durmieron abrazados esa noche. Todo parecía ir solucionándose, sin embargo, de la mente del hombre sabio de Clégora no se borraban esas imágenes que seguían dañándolo profundamente, pero sabía que dormir abrazado con ella sin sentir asco ya era un gran paso.

Pasó una semana más y no podía encontrar solución a su problema. Por el contrario, empezaba a creer que sería mejor dejarla ya que su corazón sufría demasiado, más de lo que nunca pensó sufrir alguna vez. Se sentía impotente de no poder encontrar respuesta y solución a su problema y entonces se dio cuenta que había dejado de buscar la sabiduría hace ya mucho tiempo por disfrutar su vida de pareja y por ayudar a los demás. Pensó que quizá ese era el problema, que aún no era lo suficientemente sabio como para solucionar esta dificultad que tenía. Así que desde esa noche, todas las noches conversaba con el padre de la señorita encantadora para volverse más sabio. Él sabía que aún le faltaba mucho para ser tan sabio como su futuro suegro.

Un mes después, el hombre sabio de Clégora ya era tan sabio como el padre de su prometida, así que dejó sus entrevistas con él para dedicarse a solucionar su problema. Mientras tanto, continuaba su vida de pareja con su prometida, pero no dejaba de tener momentos muy tristes y ella lo sabía, por eso se sentía culpable de ello.

Una noche, el hombre sabio conversaba con la señorita encantadora en el jardín real y le preguntó muy sereno:

-¿Y por qué no me dijiste antes de comprometernos que ya habías tenido una vida de pareja con alguien más?

- No lo sé – respondió ella -, simplemente no creí que fuera importante.

-Y si creías que no era importante, ¿por qué de todos modos me lo dijiste?

-Porque era lo único que te faltaba saber de mí.

Entonces, el hombre sabio sintió ese dolor que no podía controlar así que le pidió que se vaya a dormir para que pueda pensar tranquilo. Pero mientras ella se iba y él miraba a la luna, preguntó:

-¿Y a quién amaste más? ¿a él o a mí?

La señorita encantadora se detuvo mirando hacia el suelo y se quedó pensando. Después de unos segundos de meditación, giró y caminó hacia él para abrazarlo por detrás y le respondió con lágrimas en los ojos:

- No ha existido nunca una persona a quien haya amado más que a ti. A él ni siquiera lo quería porque me estaban obligando a que me case con él. Sólo contigo he podido conocer el amor real, un amor puro y tan grande que me provoca saltar de alegría y gritarle a todo el mundo que te amo y que me quiero casar contigo y…

-Silencio – interrumpió el hombre sabio -, si no lo querías, ¿por qué tuviste entonces una vida de pareja con él a escondidas?

La señorita encantadora se puso a llorar más aún pero sin soltar al hombre sabio.

-Entiéndeme! Me obligaban a casarme con él, pensé que me quedaría con él por toda mi vida y tenía que aprender a ser su mujer. Desde un inicio nunca le demostré el menor cariño, pero cuando me hice la idea que estaría con él para siempre decidí empezar a ser más cariñosa porque me consideraba una mala pareja que nunca quería estar con él, ni besarlo, ni nada. Sólo quería reponer el tiempo perdido de este modo, teniendo una vida de pareja a escondidas.

Mientras la señorita encantadora decía esto, el hombre sabio sufría casi al borde de las lágrimas, pero tenía que hacerle una pregunta final que necesitaba saber:

-¿Fuiste su mujer? ¿Te acostaste con él? ¿Hicieron el amor? – preguntó el hombre sabio de Clégora.

La espalda del hombre sabio ya estaba llena de lágrimas y entonces la señorita encantadora se puso a llorar más aún después de escuchar la pregunta:

-Sí…- respondió tristemente y se echó a llorar más y a gritar de pena.

Las fuerzas parecían abandonar a la señorita encantadora y su cuerpo empezaba a caer hasta quedar a los pies del hombre sabio. Y cuando el hombre sabio escuchó esta respuesta sintió el dolor más grande que había sufrido en toda su vida. Dio un paso para alejarse de ella y sin mirarla le gritó: “Lárgate, no quiero verte”, y la encantadora señorita se puso a llorar y a gritar más aún por el dolor que sentía y se fue corriendo hasta su habitación en donde lloró durante toda la noche.

Al haberse ido la señorita encantadora, el hombre sabio no resistió más y empezó a llorar por tanto dolor que sentía. Cayó al suelo y empezó a golpear el jardín con sus manos con mucha fuerza y rabia, luego corrió a su habitación para ponerse a llorar lo más silencioso que pudo durante toda la noche también.

Al día siguiente, el hombre sabio despertó con los ojos muy dolorosos por tanto llorar y parecían llenos de furia.
Se puso de pie, se bañó, se cambió y llamó a los sirvientes que el rey le había dado para que pida lo que se le ofreciera. Mandó a uno de ellos a que buscara a su buen amigo el conductor en el pueblo. Era muy urgente. Una hora después el conductor ya estaba dentro del castillo real. Vio a su amo y lo abrazó, pero notó que había algo distinto en su expresión, algo que parecía quitarle el sueño y la vida, algo que le preocupaba.

-¿Para qué me necesita, mi señor? – preguntó el conductor después de abrazarlo.

- Tú te has convertido en mi mejor amigo y en la única persona en la cual he confiado – respondió-. Así que ahora te pediré algo que pienso que sólo tú, con tu astucia e inteligencia, podrías conseguir.

- Dígame mi señor, estoy para servirle.

- Necesito que vayas y traigas a los hombres más sabios de todo el mundo y tráelos de tres en tres, para ser cuatro quienes discutamos cada tema. Te daré todo el dinero que necesites y más. Te daré sirvientes, carruajes, comida para ti y para tus sirvientes. Te daré los caballos más rápidos del país y los jinetes mejor preparados, pero quiero que tú los guíes, mi sagaz amigo.

-Pero, mi señor, ¿se gastará a caso todo el dinero que tiene?

- No me importa gastar todo el dinero que tengo. ¿Recuerdas cuando me conociste? Yo ya era alguien acaudalado. Pero antes de eso, en Clégora, yo era el que daba de comer a los burros de mi patrón que también era pobre y sólo me pagaba dándome de comer. Yo era tan despreciable que ni siquiera podía dar de comer al caballo porque era más importante que yo, sólo estaba encargado de los burros y de los cerdos porque no era más importante que uno de ellos. Pero después de un año de haber hablado con aquel sabio anciano que me dijo que buscara la sabiduría primero que todo para obtener lo que quisiera, he podido hacer tanta fortuna que podría no trabajar durante cien años y aún así me quedaría más de la mitad del dinero que tengo. Así que no me importaría perderlo todo ahora porque en un año lo recuperaría. Pero si pierdo el amor de mi vida ahora, ya no podré recuperarlo nunca, porque para poder vivir sin ella, sólo tendría que matarla. De modo que ahora sí debo convertirme en el hombre más sabio del mundo para poder encontrar respuesta y solución a este problema que me duele tanto. Ser el más sabio es ahora mi mayor deseo. Una vez que lo sea podré solucionarlo todo y seré feliz.

Entonces el conductor buen amigo, al entender lo que le pasaba su señor y al comprender el dolor que sentía, salió de inmediato a buscar a toda la gente que necesitaría para poder traer al castillo de ese país a los hombres más sabios del mundo.

El hombre sabio pidió permiso al rey para poder acoger a sus invitados y éste dijo que sería un gran honor convertir a su país en el hospedaje de los hombres más sabios del mundo, así que daba su castillo a la disposición del hombre sabio.

Al día siguiente, llegaron los primeros tres hombres sabios traídos por el conductor buen amigo. Eran los que venían de los países más cercanos. El hombre sabio de Clégora los invitó a desayunar, luego conversaron hasta el almuerzo, después de comer continuaron conversando hasta que el hombre sabio se llenara de toda la sabiduría de estos primeros tres hombres extranjeros. Dos días después, los despidió dándoles las gracias y con las gracias, les daba, también, monedas de oro.

Un día después, llegaban tres más, y ocurrió lo mismo, durante todo el día conversaron hasta que el hombre sabio de Clégora tuviera toda la sabiduría de estos tres nuevos hombres sabios.

Al segundo mes de visitas, el hombre sabio había encontrado respuesta y solución a otro problema que tenía. Él ya sabía cómo separarse de ella sin necesidad de matarla y ser feliz, pero esto no le bastó, ya que él lo que quería en realidad es saber cómo podía estar con ella sin sufrir tanto. Así que continuó recibiendo visitas durante seis meses más. Después de este tiempo, lo único que había encontrado era más formas de separarse de ella y ser feliz, pero no sabía cómo poder estar con ella y tener una vida de felicidad a la vez.

El hombre sabio de Clégora se había vuelto tan sabio que ya no necesitaba tener más visitas, así que mandó a llamar a su buen amigo el conductor para decirle que ya no busque a más sabios. No obstante, él aún no sabía cómo podría ser feliz con la señorita encantadora. Así que decidió ir a buscar al anciano de Clégora “Él quizá sea el único hombre que sea más sabio que yo”, pensó.

Partió con su buen amigo el conductor hacia Clégora. Al llegar al camino en donde lo vio por primera y última vez, recordó que no sabía en dónde vivía:”Entonces preguntaremos de casa en casa hasta encontrarlo”, y así lo encontró.

La casa del anciano era muy humilde y pobre. Nunca pensó que ese anciano tan sabio podría vivir en una casa así. Al entrar, el anciano lo vio y lo reconoció.

-Pero miren en qué se ha convertido el hombre que vivía entre burros y cerdos – dijo el anciano al verlo.

- Esto que he conseguido es gracias a ti, gracias a tus palabras tan sabias que guiaron mi vida y que hace que posiblemente pronto me convierta en el hombre más sabio del mundo. Me he entrevistado con los hombres con mayor sabiduría de todos los países, pero hasta ahora ninguno me ha ayudado en un problema que tengo. Y sólo contigo desnudaré mi alma y te contaré sin vergüenza lo que me está pasando para que me ayudes a dar respuesta y solución a mi problema.

-Te escucho, hijo.

Entonces el hombre sabio explicó todo lo que le estaba pasando. Su buen amigo el conductor esperaba afuera intrigado con lo que ocurría dentro de la casa.

-De modo que, yo siendo tan sabio como soy ahora no puedo estar con mi prometida porque siento asco de ella y de su pasado. No quiero estar con una mujer así y yo creí que siendo sabio podría encontrar la solución. Tú me dijiste que la sabiduría haría que yo consiga todo lo que quiero, así que quiero que me des una explicación del porqué no puedo solucionar este problema.

El anciano mirando al suelo dio media vuelta y caminó hasta el pozo del cual sacaba agua. El hombre sabio lo siguió despacio, entonces el anciano hombre dijo:

-Es sencillo. Tú mismo me acabas de decir que tú no quieres estar con una mujer como ella. Tú quieres a una mujer virgen, pura… para quien tú seas el primer hombre en su vida. Es por eso que no puedes ser feliz, porque ella no es lo que quieres.

-¡¿Qué?! –exclamó el hombre sabio – ¿Cómo que ella no es la mujer que yo quiero si siento que es el amor de mi vida?

-Tú estás enamorado de ella pero no es la mujer que tú esperabas. De haber sabido antes la verdad no la hubieras aceptado porque no es el tipo de esposa que quieres para ti. Tú quieres a alguien pura, limpia, virgen para quien tú seas el primer hombre de su vida. Es por eso que seguramente sientes un sentimiento de amor y odio a la vez. Amor, porque te enamoraste de su personalidad, de su ternura y de su rostro bello, y odio porque sientes que te ha destrozado la vida.

-Es exactamente lo que siento. Amor y odio. Pero, a pesar de todo, la amo tanto que en verdad quiero ser feliz con ella y pensé que siendo el hombre más sabio del mundo lo conseguiría. Sin embargo, mientras más sabio me vuelvo más razones para dejarla encuentro.

-Si sigues intentando ser más sabio seguirás consiguiendo lo que quieres. Pero debes recordar que tú mismo dices que no quieres estar con una mujer como ella. Así que lo más probable es que la sabiduría en algún momento te diga cómo dejarla y olvidarla para que puedas buscar a otra mujer que sí es como te la imaginaste.

-Pero yo no quiero separarme de ella.

-Entonces… es momento que te preguntes qué es realmente lo que quieres más: ¿ser el hombre más sabio del mundo… o ser feliz con tu prometida?

El hombre sabio parecía perder las fuerzas por la encrucijada en la cual se encontraba de decidir entre las dos cosas que más ha querido en su vida, se arrodilló al costado del pozo, se sostuvo de él y empezó a llorar.

-En lo único que he pensado desde que te conozco ha sido ser el hombre más sabio del mundo porque había encontrado una vida perfecta. Lleno de oro, de vino, de joyas y de todo lo bueno de esta vida, todo eso me ha dado la sabiduría. En cambio, esta mujer lo más que ha hecho fue destrozarme la vida, hundirme, ha hecho que me sienta el ser más miserable de la existencia… ni cuando daba de comer a los cerdos, ni cuando limpiaba el estiércol de los burros me sentía un ser tan inmundo y tan repugnante como me siento hoy por culpa de esa mujer.

-Pero la amas.

-Sí.

Un doloroso silencio se hizo presente durante un momento. El anciano hombre miraba al hombre sabio de Clégora con pena y le dijo.

-Recuerdo que ese día que caminaba hacia el pueblo y te vi al costado del camino, estabas exactamente igual que ahora. En el suelo, cogiéndote de algo y llorando por tu desgracia. La única diferencia es que ahora vistes mejores ropas y tienes mucho dinero y fama, pero sigues siendo el mismo desgraciado, el mismo desventurado que conocí hace un tiempo atrás.

El hombre sabio de Clégora estaba inconsolable. Trataba de entender cómo es que a pesar de todo lo que ha vivido y todo lo que ha aprendido es que no puede ser feliz. Se dio cuenta que el amor es uno de los problemas más grandes que existe. De él, no dejaban de brotar las lágrimas, hasta que habló nuevamente el anciano hombre.

-Mira mi casa, mira mi ropa, mira lo que tengo. Teniendo esto, soy mil veces más feliz que tú. Tengo tres hijos, cinco nietos, una mujer que lastimosamente ya murió, pero aún así, no sufro tanto como tú. Cuando se es tan viejo como yo, uno aprende a valorar cada minuto que te regala la vida, a disfrutarlo. Te voy a decir una última cosa que espero que te ayude. Quizá dejando de buscar la sabiduría, la encuentres más rápido, de todas maneras, la encuentres o no, serás más feliz. Comete errores, tropiézate y sobretodo, sonríe.

El hombre sabio de Clégora pensó que el anciano sabio ya se había vuelto loco, pero aún así, decidió dejar de buscar la sabiduría y dedicarse más a intentar tener una vida con su futura esposa.

El hombre sabio de Clégora regresó a Danur, el país que lo había acogido desde hace un tiempo. A pesar que durante el camino estaba acongojado y triste por creer que ya no tenía solución lo suyo, al llegar a Danur, pidió llamar a los hombres más graciosos de la ciudad.

En el castillo, junto al rey, su prometida, el padre de ésta y algunas personas más, incluyéndolo, fue testigo de un espectáculo que le causó muchas risas. Todo el castillo reía con las ocurrencias de un par de hombres graciosos que fueron a ofrecer su arte ese día. Y así, durante varios días más, fue, sin querer, haciendo caso al anciano hombre sabio. Cometió errores, rompió un par de objetos de madera accidentalmente, se le cayó la comida al suelo en un par de ocasiones, se embriagó, se le caía el vino sobre su ropa y bailó con su prometida toda la noche y poco a poco se fue dando cuenta que la vida le cambiaba, era feliz.

Esa noche, le pidió a su ya prometida, tener una fecha para casarse finalmente. Después de tres semanas se casaron y todo Danur fue feliz con ellos. Construyeron una casa dentro de la ciudad y vivieron como si fueran un habitante más. Él continuó ayudando a las personas con sus problemas y se hizo muy querido por todos.

Cuando tuvo su primer hijo, construyó una casa más grande aún, con un jardín inmenso en donde jugaba con él. Un día recogían manzanas del árbol que está dentro del mismo jardín. La esposa, el niño y él, después de jugar y recoger manzanas por un buen rato, se pusieron a descansar en el césped, y mientras abrazaba a su esposa y su esposa a la vez a su hijo por entre las piernas, pero todos mirando hacia adelante, por un momento se le perdió la mirada y se hizo una pregunta: “¿soy uno más, o por fin me convertí en el hombre más sabio del mundo? ¿Cómo así llegué a ser tan feliz?” Entonces el niño decidió pararse y treparse al árbol, su madre lo siguió sonrientes ambos y continuaron sacando manzanas. El hombre sabio de Clégora sólo atinaba a mirarlos, sonrió mirándolos por un momento, y después de unos segundos de disfrutar esa escena, fue corriendo detrás de ellos a recoger manzanas.


David J. Díaz.

jueves, 15 de septiembre de 2011

EL NIÑO MÁS ADOLESCENTE QUE NIÑO


Quería que éste sea un cortometraje, pero como no se da la oportunidad, primero lo hago cuento. Espero que haya quedado bien y que se entienda.

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El niño, ya más adolescente que niño, ayudaba a su padre, el albañil, no anciano, pero ya mayor, pobre, con cuatro hijos y con muchos golpes de la vida en el rostro, a terminar de construir por fin, después de tantos años de vivir en un par de paredes y un techo de plástico, el primer piso de su propia casa. Después de catorce años, la edad del niño que ya no es tan niño.

-Mira hijo, esta será tu casa cuando yo me muera, lastimosamente pienso vivir mucho aún – dijo el padre orgulloso dándole una palmada en la espalda a su hijo y sonriendo-, como yo ya pronto seré viejo e incapaz de terminarla, tú tendrás que terminarla por mí.

Entonces el hijo, no tan niño, ya un adolescente, miró a su padre extrañado con lo escuchado y le dijo:

-¿Qué?, ¿además que me has hecho vivir como un animal tantos años, quieres que te termine de construir tu casa?

Y la sonrisa del padre fue desapareciendo.


David J . Díaz.

EL CAMINO DE LAS CIRCUNSTANCIAS Y DE LAS ADVERSIDADES

Me tocaba dirigir la formación en la escuela en la que trabajo, y decidí, para tocar el tema de los valores, escribir este pequeño cuento. Quizás ellos no lo lleguen a comprender de una sola lectura, pero espero que con el tiempo puedan leerlo nuevamente y entenderlo mejor.

Gracias a mis alumnas Sandra Chian y Zulmy Ortega por hacer la lectura en la formación y ayudarme a dirigirla también.
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Ahí estaba ella, solitaria y cautelosa, inhibida como siempre y procurando no empezar a andar hasta estar segura de no dar un mal paso.

Ahí estaba ella sentada e impávida mirando los excesos de algunos y la cobardía de los otros, analizando con cuidado cada movimiento hecho por las circunstancias para saber cuándo emprender el camino.

Ahí estaba ella, sin miedo, y aunque algunos ignorantes e insensatos la llamaban miedosa y otros la miraban raro, a ella no le importaba, porque sabía que estando allí, quieta por unos instantes, nada le sucedería. Sabía que las circunstancias podían hacerle daño en ese momento, por eso estaba quieta, quieta y pensativa, que, por cierto, no es igual a ser cobarde.

Vio que los que le llamaban miedosa, por querer apresurarse y ser primeros en cruzar el camino, habían sido arrasados por el camino de las circunstancias. Después, los que la miraban raro esperaron un poco más de tiempo para cruzar el camino, fueron un poco más responsables pero por querer vanagloriarse con un poco de adrenalina y peligro, quedaron seriamente lastimados, pero ya se notaba que la fuerza de las circunstancias iba disminuyendo. Y sólo después de ver que el camino ya estaba tranquilo y las circunstancias eran favorables, ella, nuestra protagonista, emprendió el camino, dejando atrás a los más débiles y pusilánimes reales.

Ella eligió el momento más idóneo para pasar por el camino de las adversidades y de las circunstancias. Ella, la prudencia, sabía que esperar un poco más no significa necesariamente: “perder el tiempo”. 


David J. Díaz.

REFLEXIÓN SOBRE LA LEALTAD

Este relato lo escribí una madrugada tardía y aprendí lo importante que es no dejar algunas cosas importantes en la vida para después. Unos días, unas horas, unos minutos pueden cambiar toda una historia.

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Capitán yacía triste, olvidado, consumido en un rincón de la casa por la soledad y las pulgas. Nunca había tenido tantas pulgas el perro como ahora. Nos daba náuseas, asco, ninguno de nosotros quería acercarse a él para, aunque sea, ofrecerle un poco de agua. Sólo mi hermano Jimmy, que al parecer era quien más quería al perro, sentía tanta compasión de él que se le acercaba a darle un poco de comida y agua, sin importarle que las pulgas salten hacia a él y sea, en parte, consumido por el mismo problema que el can tenía. Lamentablemente Jimmy no estaba todo el día. El trabajo le quitaba mucho tiempo y sólo podía darse unos minutos en la noche para estar con el perro, pero seguramente que a Capitán esos pocos minutos de atención que recibía le eran suficiente para sentir un poco de calor y continuar viviendo.

Un día Capitán parecía recuperarse. Sus ojos ya no estaban amarillos y hasta intentaba caminar un poco. Aun así no podíamos evitar tener algo de distancia con él porque en fin, en la casa teníamos bebés así que él debía estar en un lugar lejano, arrinconado.

Más de una vez conversamos sobre llevar al perro al veterinario. De hecho lo hicimos una vez, si mal no recuerdo, compramos las pastillas, se las dimos con un poco de pesar para nosotros, y quizás por eso es que ya intentaba pararse. En sus ojos podía verse una luz de vida que me llamó la atención y me hizo dar cuenta que no éramos humanos con el animal que tantas alegrías, y sí, muchas cóleras también, nos había entregado.

Recordé que él estaba echado al costado de mi cama cuando estaba enfermo. Había sido mi doctor cuando yo me sentía mal y él nunca me dejó. Inclusive a veces hasta quería subirse a la cama para estar conmigo, y en ocasiones lo conseguía. En fin, a él nunca le importó contagiarse de nada. Sólo le importaba hacer sentir bien al enfermo. Y es probable que por ese recuerdo yo me acerqué esa noche a él sin tener miedo de las pulgas para que sienta que no está solo, así como lo había hecho él conmigo anteriormente. Quedé realmente conmovido cuando noté en su mirada, ya no amarilla, esa luz de vida de la cual les comenté y fue entonces que me di cuenta que un bulto en su manta empezaba a dejarse ver una y otra vez; era su cola.

Recién ahora que lo recuerdo siento una nostalgia y una pena terrible. Quizás en ese momento no sentí nada porque soy alguien muy frío y porque en fin, el perro iba a salvarse, ya daba señales claras de vida. Pero sólo en este momento, cuando me pongo a pensar en esto, dan hasta ganas de llorar porque a pesar de lo mal que lo tratamos, con el desprecio, con el asco, con la burla en ocasiones y lo poco humanos que fuimos con él, Capitán, mi mascota, me movió la cola al ver que me acerqué a él sin importarle que los demás y yo no hicimos nada en el peor momento de su vida, él era feliz, podía verlo en el brillo de sus ojos y en su menear de cola. Yo sólo atiné a sonreír un poco.

Es en momentos como estos en donde empiezo a darme cuenta lo leal que fue él conmigo. No le importó que lo haya despreciado, que lo haya tratado mal, con asco, como si fuera una basura repugnante, no… no le importó. Él fue más leal conmigo de lo que fui yo con él. Capitán me ha enseñado una lección de vida que nunca me voy a olvidar y es quizá que por eso hasta ahora no me he podido olvidar de él. Su lealtad me conmovió.

Esa noche me dio tanta alegría ese gesto que tuvo conmigo que me propuse que, a partir del día siguiente, yo mismo iría a bañarlo, le quitaría las pulgas y garrapatas aunque me piquen a mí. Si hubiera sido necesario me pasaría todo el día hasta que él quede completamente limpio y así sí pueda sentirme orgulloso de mí mismo por algo tan simple como es que mi perro me mueva la cola. Recién ahí podría sentirme bien y perdonado por lo mal que lo traté días antes.

Recuerdo que me fui a acostar contento por esta idea que tenía en mente. Lo estaba preparando todo. Me gastaría los pocos ahorros que entonces tenía para comprarle lo necesario a Capitán para que esté muy limpio y sano, aunque después, mojado aún, sé que se tiraría en la tierra. A Capitán no le agradaba mucho estar limpio.

A la mañana siguiente desperté para hacer todo lo que me propuse. Bajé, recuerdo que fui el primero en despertarse, era domingo, creo, y vi a Capitán echado en el mismo rincón alejado del resto de la familia como siempre. Me acerqué a él para acariciarlo, y antes de llegar a él podía ver en su pelo blanco muchos puntos negros que se alejaban de él. Las pulgas ya no podían habitar ese cuerpo frío, seco, sin vida. Sentí las moscas rodeando su cabeza y esos ojos que una noche antes vi con tanta vida, hoy estaban grises y secándose. Mi perro había dejado de existir.

Sentí un nudo en la garganta en ese momento. En mi corazón tenía una sensación rara que no podía describir, pero era relacionado al dolor de haber perdido a alguien querido. Sólo subí a echarme nuevamente.

Fue raro. Tuve esa sensación durante un tiempo, hasta que salí y me distraje. Regresé a dormir, ni siquiera pregunté sobre Capitán. Pero sí noté que se habían dado cuenta de que había muerto, pero esto parecía al resto no importarles mucho y hasta estaban enojados porque no sabían qué hacer con el cadáver.

Subiendo a mi habitación sentí nuevamente este nudo en la garganta. Cuando me disponía a dormir recordé a Capitán y a todo lo que iba a hacer hoy con él. Me llené de tristeza y me puse a llorar porque nunca sabré si él entendió que todo el día estaría con él. Yo pienso que no, porque, de otro modo, hubiera hecho un intento más por vivir. Creo que al despedirme de él, dejó de mover la cola. Y me parece que lo último que vio en vida, fue cómo le daba la espalda y lo dejaba solo en medio de la oscuridad porque apagué la luz. Una oscuridad horrible porque en ese rincón de la casa no se ve nada. Quizá la misma oscuridad que ve él ahora. Me puse a pensar y me di cuenta que tal vez él ya conocía la muerte estando vivo cada vez que apagábamos la luz en la noche dándole la espalda y dejándolo solo. Nosotros le enseñamos la muerte antes de tiempo y quizás mi espalda fue lo último que vio.

Esa noche, entre lágrimas, me puse a pensar en todo lo mal que tratamos a Capitán los últimos días antes de su muerte, en su agonía, y terminé por destruir mi alma y corazón al pensar que sé que a pesar de todo lo que le hicimos vivir los últimos días, si él estuviera vivo ahora, todavía nos miraría contento con esa luz en los ojos y movería su cola feliz por vernos.


David  J. Díaz.

SIETE



Estaba solo, cogí una lata de cerveza y me puse a escribir.

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Le dijeron más de una vez que se alejara de ese hombre, pero ella, enamorada, obediente y fiel a Rafael; no podía dejarlo. “Lo amo”, siempre era la frase con la que ataba de pies y manos a las personas que querían ayudarla, pero nunca hacía caso de los consejos de amigos y familiares. Ella prefería dormir con un hombre que cuatro de los siete días de la semana llegaba oliendo a licor y a otras mujeres, quizás más joven que ella, quizás más lindas.

Milena no era una mujer a quien se le podía decir fácilmente bella. Era obesa, enana, tenía treintaicinco años, las mejillas inflamadas y un poco rojas. Siempre llevaba una “cola de caballo” en el cabello y con el tiempo empezó a tener en su mirada un poco de furia con las personas que hablaban mal de su querido Rafael, pero cambiaba totalmente esa mirada de ira por una enternecedora y esplendente mirada tierna al momento de verlo.

A ella parecía no importarle lo que dijeran el resto de las personas sobre él. Ella confiaba en él; ella le creía todo, para ella, en medio de la suciedad, pobreza y destrozada casa con una pared de ladrillo y otra de cartón con techo de plástico en la que vivía, él era la mejor persona que la vida podría haberle obsequiado. Sin duda alguna el amor le había vuelto ciega.

Cuando Rafael regresaba de trabajar como “llantero” en la estación de gasolina y se ponía a beber con sus amigos unas cervezas para “refrescarse” un poco, caía en los recuerdos molestos de saber que tiene a una mujer fea, gorda, enana. Siempre decía a sus amigos que uno de estos días la va a dejar para estar con alguna de sus amantes. Se quejaba de su vida entre lágrimas y risas, como no comprendiendo su desgracia pero a la vez pareciéndole algo cómico el destino que tuvo. Nunca tuvo un motivo para hablar bien de su mujer. “Ni siquiera cocina bien”, decía siempre.

Por casualidades de la vida vino uno de esos días de trabajo un oficial de policía con su patrulla. Aparentemente había pisado un clavo por accidente y su neumático estaba despidiendo aire. Aquel oficial pidió a Rafael que parchara la cámara del neumático lo más rápidamente posible. Él obedeció.
El policía salió del automóvil y, mientras Rafael hacía su trabajo, fue a comprar una gaseosa y galletas a la tienda del grifo. No se percató el policía que no puso seguro a la puerta. Rafael, mientras levantaba el auto con el gato, se dio cuenta que dentro había un arma. Él no sabía nada sobre armas, sólo que presionando el gatillo sale la bala.

Maliciosamente se le cruzó la idea de robar el arma para deshacerse de su mujer. Tuvo que haber estado muy convencido de lo que quería hacer, muy desesperado. En medio de la noche se aseguró primero que el policía estuviese dentro de la tienda para que no lo pueda ver. Abrió la puerta, sacó el arma y la metió en el lugar en donde descansaba en los días de trabajo durante la madrugada. Demoró unos diez minutos en terminar de arreglar el neumático, que fue más o menos lo que demoró el policía en regresar. Puso el neumático nuevamente en el auto y dio por terminado el trabajo. El policía miró su reloj y marcaba las cuatro de la madrugada, así que muy apresuradamente le pagó a Rafael y se marchó. Rafael, quedó parado al frente de su pequeña habitación en donde escondió el arma. Una luz tenue alumbraba muy suavemente su gordura. Luego de pensar durante un par de minutos bien en lo que estaba por hacer, dio media vuelta y entró a la habitación.

Era un poco más de las cinco de la madrugada cuando Rafael llegó a su casa con el arma escondida entre su ropa. Llegó más temprano que de costumbre para encontrar dormida a su mujer y dispararle mientras ella dormía. Pero a pesar de todo, él parecía arrepentirse mientras pasaban los minutos hasta que llegó un momento en el que pensó: "Por Dios... ¿qué estoy haciendo?" Y entró.

Estaba allí ella echada. Dormida desnuda. Se podía ver uno de sus gordos senos colgar por un costado. Rafael se quedó mirando fijamente y sorprendido por lo que veía. Al costado de ella estaba un vecino cuyo nombre no conocía, pero el rostro se le hacía familiar. El vecino dormía desnudo y cubría con su mano el otro seno de su mujer. Entonces, Rafael empezó a llorar y nuevamente algo perturbó su mente. En su corazón la ira era demasiado grande como para poder controlar sus impulsos. Así que decidió, después de todo, matar a los dos.

En el silencio de la madrugada y de la habitación pensó: “Al contar hasta siete, dispararé”. Se dio un momento más para ver esa escena en la descubrió la infidelidad de su mujer y darse valor con el odio que tenía. Un rato después, empezó a contar: “Uno, dos, tres…” a partir de aquí lo hizo más lentamente: “…cuatro, cinco…” cada segundo era más largo y a partir del número cinco apuntaba primero a su vecino. Se acercó a él y colocó el arma muy cerca de su cabeza: “seis… siete”.

Rafael no sabía nada sobre armas, sólo que presionando el gatillo sale la bala. Nunca supo cómo quitar el seguro.


David J. Díaz.