martes, 10 de enero de 2012

Amanecer Húngaro

Yo soy uno de esos grandes mentirosos que aparecen y desaparecen en la vida. Admito que miento tanto cuanto digo la verdad (aunque últimamente digo mucha más verdad que mentiras).

Sólo hubo una vez que salí de Eisenstadt, pero fueron dos las veces que llegué a Viena.
Sabía que había un lago muy cerca de la casa en la cual me encontraba en Eisenstadt. El nombre del lago es Neusiedler. Desde antes de llegar a Europa quise saber cómo era ese lago, quería visitarlo, pero sobretodo, quería cruzar la frontera. 

Antes de la segunda vez que estuve en Viena, intenté regresar a Eisenstadt para solucionar algunos problemas que tenía, pero mi naturaleza aventurera me hizo modificar ligeramente mi ruta, así que continué mi camino hacia lo más cerca que pude estar de ese lago. 

El autobús me dejó en un lugar que para mí era absolutamente desconocido. Éste ni siquiera era un pueblo, eran tan sólo unas cuantas casas en medio de toda la vegetación, pero sabía que estaba cerca de Neusiedler porque había ido más al este de lo que yo había conocido (o al menos eso era lo que yo creía).

Pregunté a unas chicas que parecían amigables que encontré en este lugar cómo podía llegar al Neusiedler. Entendí que me dijeron que sólo necesitaba continuar la carretera principal. Hice caso.

Caminaba en medio de toda la vegetación y ya se acercaba la noche. Sí, tengo que admitir que estaba algo asustado, pero a la vez muy excitado por la situación en la que me encontraba. Insisto, no podía modificar mi naturaleza aventurera y la capacidad natural que tengo para meterme en problemas. Pero en mi mente había una meta. Esa meta era llegar  al otro lado del Neusiedler… Hungría.

Caminé hasta que se hizo de noche. Sólo tenía una maleta en forma de mochila sobre mis espaldas y empezó la lluvia. 

Podía ver los rayos a lo lejos que por momentos me atemorizaban, pero a la vez se convertían en la situación más hermosa que había tenido yo en mi vida. Estaba en un lugar que no conocía, con un idioma que no conocía del todo, en un país que no conocía y con un clima que era ajeno al mío. Es decir, perfecto para mí. Afortunadamente la lluvia pasó rápido.  Sentía aún el viento rozar mi rostro y cabello pero cada vez era menos fuerte. Los rayos desaparecieron. Me eché a dormir en el campo.

Cuando desperté, mi reloj marcaba las 10 de la mañana. Corría viento, pero no sentía ese frío desesperante que había sentido en otras ocasiones. El clima era agradable pero yo tenía mucha hambre. Lo último que había comido era una Pizza en Viena, y ya había pasado mucho tiempo de eso. Afortunadamente en mi maleta tenía un par de emparedados que compré en la estación de Schottentor en Viena. Comí uno esa mañana y pretendía comer la otra en la tarde a manera de almuerzo.

Seguí mi camino alrededor de la carretera principal y llegué a una especie de pueblo. Pregunté en dónde estaba el Neusiedler. Entendí que estaba muy cerca, sólo tenía que seguir la carretera principal. 

Cuando menos me doy cuenta empiezo a sentir que el viento aumentaba considerablemente su velocidad. Mi cabello se iba para atrás y cada vez se hacía más difícil caminar en la dirección que me indicaban, pero no me rendí. Luego, después de caminar un poco más empecé a ver el lago del cual les hablaba. Salí de la carretera para dirigirme directamente al lago. Una extraña sonrisa de apoderó de mí mientras veía el lago y miraba casas alrededor. Había gente por ahí, sabía que de hambre no iba a morir. Pero esa no era mi meta.

Rodeé el lago por la parte norte hasta que encontré a algunas personas a quienes pregunté en alemán en dónde me encontraba. Hablaban alemán muy poco, me hablaron en inglés y entendí que estaba en Hungría. 

Una sensación de miedo y victoria aparecía en mi pecho. Había cruzado la frontera sin darme cuenta. Si iba a meterme en problemas sólo había una cosa que podía hacer: disfrutar.

Estuve en Neusiedler del lado húngaro y del lado austríaco. Sin duda alguna una de las experiencias más gratificantes de mi vida, pero sabía que no todo podía ser tan hermoso. Compré otros emparedados. Me quedé a dormir cerca del lago esperando que la noche sería similar a la anterior, grave error. Creo que ha sido la noche más fría que he pasado fuera de una cama. No dormí en absoluto porque el frío me hacía temblar demasiado. Mi corazón intentaba mantenerme caliente y estaba muy alterado, hasta que llegó la madrugada y compensó todo lo que había pasado.

En esa época la noche duraba muy poco. Anochecía casi a las 9 y amanecía antes de las 5 de la madrugada. 

Poco a poco fui mirando el amancer húngaro que se mostraba ante mis ojos. Al costado de un lago precioso, de personas amables y un frío intenso fui disfrutando de todo ello.  El amanecer más hermoso que he visto en toda mi vida hasta hoy. Fresco, con viento, con miedo, con placer, pero sobretodo, con una situación que nunca esperé pasar en estas circunstancias.

Conocí a una chica ese día, muy hermosa. Creo que pensó que yo estaba muerto o algo por el estilo por estar tanto rato tirado en el campo mirando al cielo casi sin moverme, pero se acercó a mí.  “Hi?” me dijo. Yo sólo atiné a girar mi cabeza hacia la derecha y vi lo hermosa que era. Cabello negro, piel blanquísima y una mirada enternecedora. No bastaba con lo fresca que estaba la mañana, ni las nubes, ni el viento. Lo que hizo perfecta esa madrugada fue la presencia de esta chica que se paró casi a mi costado a mirarme y a quien en ese momento, sólo pude decir: ”hi”. 


David J. Díaz.