jueves, 15 de septiembre de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LA LEALTAD

Este relato lo escribí una madrugada tardía y aprendí lo importante que es no dejar algunas cosas importantes en la vida para después. Unos días, unas horas, unos minutos pueden cambiar toda una historia.

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Capitán yacía triste, olvidado, consumido en un rincón de la casa por la soledad y las pulgas. Nunca había tenido tantas pulgas el perro como ahora. Nos daba náuseas, asco, ninguno de nosotros quería acercarse a él para, aunque sea, ofrecerle un poco de agua. Sólo mi hermano Jimmy, que al parecer era quien más quería al perro, sentía tanta compasión de él que se le acercaba a darle un poco de comida y agua, sin importarle que las pulgas salten hacia a él y sea, en parte, consumido por el mismo problema que el can tenía. Lamentablemente Jimmy no estaba todo el día. El trabajo le quitaba mucho tiempo y sólo podía darse unos minutos en la noche para estar con el perro, pero seguramente que a Capitán esos pocos minutos de atención que recibía le eran suficiente para sentir un poco de calor y continuar viviendo.

Un día Capitán parecía recuperarse. Sus ojos ya no estaban amarillos y hasta intentaba caminar un poco. Aun así no podíamos evitar tener algo de distancia con él porque en fin, en la casa teníamos bebés así que él debía estar en un lugar lejano, arrinconado.

Más de una vez conversamos sobre llevar al perro al veterinario. De hecho lo hicimos una vez, si mal no recuerdo, compramos las pastillas, se las dimos con un poco de pesar para nosotros, y quizás por eso es que ya intentaba pararse. En sus ojos podía verse una luz de vida que me llamó la atención y me hizo dar cuenta que no éramos humanos con el animal que tantas alegrías, y sí, muchas cóleras también, nos había entregado.

Recordé que él estaba echado al costado de mi cama cuando estaba enfermo. Había sido mi doctor cuando yo me sentía mal y él nunca me dejó. Inclusive a veces hasta quería subirse a la cama para estar conmigo, y en ocasiones lo conseguía. En fin, a él nunca le importó contagiarse de nada. Sólo le importaba hacer sentir bien al enfermo. Y es probable que por ese recuerdo yo me acerqué esa noche a él sin tener miedo de las pulgas para que sienta que no está solo, así como lo había hecho él conmigo anteriormente. Quedé realmente conmovido cuando noté en su mirada, ya no amarilla, esa luz de vida de la cual les comenté y fue entonces que me di cuenta que un bulto en su manta empezaba a dejarse ver una y otra vez; era su cola.

Recién ahora que lo recuerdo siento una nostalgia y una pena terrible. Quizás en ese momento no sentí nada porque soy alguien muy frío y porque en fin, el perro iba a salvarse, ya daba señales claras de vida. Pero sólo en este momento, cuando me pongo a pensar en esto, dan hasta ganas de llorar porque a pesar de lo mal que lo tratamos, con el desprecio, con el asco, con la burla en ocasiones y lo poco humanos que fuimos con él, Capitán, mi mascota, me movió la cola al ver que me acerqué a él sin importarle que los demás y yo no hicimos nada en el peor momento de su vida, él era feliz, podía verlo en el brillo de sus ojos y en su menear de cola. Yo sólo atiné a sonreír un poco.

Es en momentos como estos en donde empiezo a darme cuenta lo leal que fue él conmigo. No le importó que lo haya despreciado, que lo haya tratado mal, con asco, como si fuera una basura repugnante, no… no le importó. Él fue más leal conmigo de lo que fui yo con él. Capitán me ha enseñado una lección de vida que nunca me voy a olvidar y es quizá que por eso hasta ahora no me he podido olvidar de él. Su lealtad me conmovió.

Esa noche me dio tanta alegría ese gesto que tuvo conmigo que me propuse que, a partir del día siguiente, yo mismo iría a bañarlo, le quitaría las pulgas y garrapatas aunque me piquen a mí. Si hubiera sido necesario me pasaría todo el día hasta que él quede completamente limpio y así sí pueda sentirme orgulloso de mí mismo por algo tan simple como es que mi perro me mueva la cola. Recién ahí podría sentirme bien y perdonado por lo mal que lo traté días antes.

Recuerdo que me fui a acostar contento por esta idea que tenía en mente. Lo estaba preparando todo. Me gastaría los pocos ahorros que entonces tenía para comprarle lo necesario a Capitán para que esté muy limpio y sano, aunque después, mojado aún, sé que se tiraría en la tierra. A Capitán no le agradaba mucho estar limpio.

A la mañana siguiente desperté para hacer todo lo que me propuse. Bajé, recuerdo que fui el primero en despertarse, era domingo, creo, y vi a Capitán echado en el mismo rincón alejado del resto de la familia como siempre. Me acerqué a él para acariciarlo, y antes de llegar a él podía ver en su pelo blanco muchos puntos negros que se alejaban de él. Las pulgas ya no podían habitar ese cuerpo frío, seco, sin vida. Sentí las moscas rodeando su cabeza y esos ojos que una noche antes vi con tanta vida, hoy estaban grises y secándose. Mi perro había dejado de existir.

Sentí un nudo en la garganta en ese momento. En mi corazón tenía una sensación rara que no podía describir, pero era relacionado al dolor de haber perdido a alguien querido. Sólo subí a echarme nuevamente.

Fue raro. Tuve esa sensación durante un tiempo, hasta que salí y me distraje. Regresé a dormir, ni siquiera pregunté sobre Capitán. Pero sí noté que se habían dado cuenta de que había muerto, pero esto parecía al resto no importarles mucho y hasta estaban enojados porque no sabían qué hacer con el cadáver.

Subiendo a mi habitación sentí nuevamente este nudo en la garganta. Cuando me disponía a dormir recordé a Capitán y a todo lo que iba a hacer hoy con él. Me llené de tristeza y me puse a llorar porque nunca sabré si él entendió que todo el día estaría con él. Yo pienso que no, porque, de otro modo, hubiera hecho un intento más por vivir. Creo que al despedirme de él, dejó de mover la cola. Y me parece que lo último que vio en vida, fue cómo le daba la espalda y lo dejaba solo en medio de la oscuridad porque apagué la luz. Una oscuridad horrible porque en ese rincón de la casa no se ve nada. Quizá la misma oscuridad que ve él ahora. Me puse a pensar y me di cuenta que tal vez él ya conocía la muerte estando vivo cada vez que apagábamos la luz en la noche dándole la espalda y dejándolo solo. Nosotros le enseñamos la muerte antes de tiempo y quizás mi espalda fue lo último que vio.

Esa noche, entre lágrimas, me puse a pensar en todo lo mal que tratamos a Capitán los últimos días antes de su muerte, en su agonía, y terminé por destruir mi alma y corazón al pensar que sé que a pesar de todo lo que le hicimos vivir los últimos días, si él estuviera vivo ahora, todavía nos miraría contento con esa luz en los ojos y movería su cola feliz por vernos.


David  J. Díaz.

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