miércoles, 14 de septiembre de 2011

ROSTRO ANGELICAL

Éste es un cuento que escribí a los catorce años, en uno de mis momentos libres cuando todavía estaba en la escuela durante mi  adolescencia, y quiero compartirlo con ustedes.
 
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Muy despacio ella fue desabotonando su blusa blanca. Cada vez se podía apreciar mejor sus senos claros, casi tan blancos como la blusa que llevaba puesta.
 
 Antonella me miraba fijamente a los ojos al igual que yo a ella, aunque por momentos, me quedaba observando toda su figura femenina. Entonces, ella llegó hasta el último botón y lo sacó con mucha lentitud por el ojal. Yo continuaba recostado en la cama con los brazos cruzados y quietos, sin embargo, dentro de mí el fuego quería salirse por mis ojos. Yo sabía que en algún momento desataría toda esta pasión con ella, así que me dediqué a esperar.
 
 Ella se acercó a mí con la blusa puesta pero desabotonada. Gateó desde el pie de la cama hasta llegar muy cerca de mi cabeza. Colocó su rostro frente al mío, nos miramos y me perdí en sus ojos azules. Su mano derecha jaló el nudo de mi corbata (mis brazos ya no estaban cruzados). Posteriormente, Antonella empezó a desabotonar mi camisa oscura, metió su mano por el hoyo que hizo en mi camisa y la colocó en mi pecho, luego la movió con suavidad.
 
Yo acariciaba sus cabellos rubios mientras la besaba. Ambos, besándonos, nos arrodillamos en la cama y nos empezamos a desvestir. 

Después que Antonella me quitara el BBD, yo, por su espalda, empecé a desatarle el brassier; y con mi boca, bajé los tirantes del mismo, hasta que éste cayó sobre la cama. De reojo miraba sus senos, la deseaba de una manera increíble. 

Mis manos la acariciaron muy suave y muy débil. Mis labios bajaron por su cuello. Podía escuchar los gemidos que ella hacía producido por la excitación que nos envolvía a los dos y del cual no podíamos salir.
 
Hubo un momento en el que nos quedamos mirando, frente a frente. Entonces, con nuestras respiraciones agitadas, yo empecé a acariciar sus senos con mis manos, y los miraba. Eran preciosos. Los rodeé con mis manos en forma circular, ella parecía estar más excitada. De pronto la cogí de la cintura, y, poco a poco, con lentitud y mirándonos, la recosté en la cama y todo empezó de nuevo.
Fui acariciando sus piernas que estaban cubiertas por un pantalón de tela negra. 

Mi mano derecha se deslizó por su muslo, fue subiendo hasta llegar a donde se encuentran los dos lados del pantalón. Con esa misma mano desaté el pantalón y lo fui bajando hasta quitárselo por completo.

 Antonella y yo quedamos envueltos entre los cobertores, ambos estábamos desnudos, yo sobre ella, besándola y acariciándola; haciendo el amor. Decidí apagar la luz de la lámpara. Ella estaba quejándose de satisfacción con su boca abierta y los ojos cerrados. Despeinada se veía estupenda. Fue mía toda la noche.
 
Recuerdo cuando la conocí. 

Ella era una amiga de Jorge, pero no sé porqué él no me la recomendaba. Él me la presentó en una reunión que hubo hace tres semanas en la casa de Cecilia, mi prima. Asistí a otra fiesta con ella una semana después en donde la presenté como mi novia, muchos que la conocían no podían evitar sonreír, no entendía el porqué. Otros, sin embargo, me felicitaban.

Antonella me había dicho que tenía planes de irse a Inglaterra de acá a un tiempo, y que si yo iba con ella se iba a poner muy contenta, yo me animé pero finalmente le dije que no podía porque aquí yo tenía que manejar mi empresa de envolturas.
 
Ella y yo decidimos hacer el amor, sin obligaciones, sin nada, sólo con las ganas de pasar un buen momento del cual nunca tendremos olvido.

No logro recordar cuánto tiempo hicimos el amor esa noche, sólo sé que no voy a olvidar ese momento en el que nuestros cuerpos se confundieron en la oscuridad. Después de un largo rato haciendo el amor ella se quedó dormida. Yo la abrazaba. Antonella tenía un rostro angelical, limpio y nariz respingada, era realmente hermosa. Luego de todo ese ataque de locura que tuvimos, me llenó de mucha ternura su forma de dormir, parecía una niña encantadora salida de un cuento de hadas. Preciosa, en verdad. Poco después de admirar su rostro dulce y tierno, me dormí también.
 
Cuando desperté me di cuenta que la muy perra se había ido llevándose mi billetera llena de dinero, y tres días después, me enteré que se fue a Inglaterra con un tipo llamado Romel.
 
 Pero ¿saben?, ahora que han pasado tantos años de esa noche y que se me ha pasado también la rabia de todo el dinero que perdí ese día, me pongo a pensar ya más tranquilo y a recordar lo que pasó a esa noche y, siendo honesto, creo que yo hubiera pagado mucho más de lo que perdí en esa ocasión, realmente que valía la pena.

David J. Díaz.

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