jueves, 15 de septiembre de 2011

UNO DE LOS DULCES MOMENTOS DE MI VIDA


Éste es un cuento en el que trato de expresar algunos momentos que uno vive y que posiblemente no son tan importantes como otros que deciden toda una vida, sin embargo, no dejan de tener un pequeño y dulce recuerdo que seguramente se irá extinguiendo con el tiempo, pero que en ese momento, hizo que uno olvide todos los problemas. A parte es algo que a muchos muchachos de seguro les ha pasado.

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Tenía ella cabello mediano, manos delgadas y cuerpo pequeño. No podía ver bien sus ojos por la poca luz y por sus anteojos, pero lo poco que veía me gustaba. Su rostro era fino y bello, y tenía el cabello atado.
 
Yo justamente me había sentado y no podía dejar de mirarla. A pesar que el autobús estaba medio lleno podía apreciarla entera. Estaba casi a mi costado, en verdad que era linda.
 
Ella tenía delante de sí una mochila. Posiblemente venía de estudiar y conversaba con una amiga a su derecha. Entonces, un asiento quedó libre y su amiga fue a sentarse.

La chica se acercó un poco más a mí porque más gente empezaba a subir al autobús.
 
Tenía puesto una simple pero linda camiseta verde, un pantalón jean azul y zapatillas celestes con blanco. Se le veía muy casual pero me encantaba. Sé que parecerá extraño pero me fijé en sus pies porque no me gustan esos zapatos que parecen de bailarina o los zapatos que dejan ver mucho los pies, me parecen horribles, y yo quería ver si ella los tenía, pero no, y eso me gustó más aún.

Yo me di cuenta que cuando conversaba con su amiga, su mochila a veces rozaba accidentalmente con la oreja del señor que estaba sentado delante de mí, y él se incomodaba, pero ella no lo notaba. Así que pensé en darle mi asiento, no obstante, luego me di cuenta que si le cedía mi asiento sólo le hablaría una vez y quizá no me atrevería a hacerle la conversación con una sola oportunidad, así que sólo le dije: “Te ayudo con la mochila”, y ella dijo: “gracias”. Creo que ni siquiera me miró pero me enterneció tanto su voz que ya no pude decirle nada más, así que me dio su mochila y al no decir yo nada fracasó mi primer intento.

Su amiga que estaba adelante sentada creo que era medio idiota. Casi me arruina el plan porque le llamó y le pedía su mochila sabiendo que yo la tenía. Hasta creo que le llamó por su nombre pero yo estaba tan molesto con su amiga y tan maravillado con la dulce chica de camiseta verde que no pude escuchar bien cómo era su nombre. Por suerte, ella no le hizo caso a su amiga y de este modo yo podía intentar hablarle por segunda vez. Así que unos segundos después tuve que cederle mi asiento antes que se diera cuenta que su amiga la llamaba, y mientras me paraba le dije: “Siéntate”, y ella me dijo: “gracias”. Se sentó y nuevamente quedé enternecido por su voz, me quedé encantado, adormecido, encandilado, seducido y emocionado porque esta vez casi hasta me miró (sí, puedo llegar a ser muy idiota) y nuevamente no pude decirle nada, y mi segunda y última oportunidad de hablarle se perdió.

Estuve parado a su costado unos quince minutos esperando a tener alguna otra excusa para hablarle. Pero casi no podía pensar porque su pequeño y delgado cuerpo me distraía. Tenía un curioso cerquillo en la frente que la hacía extrañamente linda. Su cintura era delgada al igual que sus piernas. Todo en ella era pequeño, inocente, delgado, tierno, era una niña dulce con camiseta verde que por unos minutos me hizo olvidar del mundo y de mis problemas.

Creo que nunca me miró y creo que igual nunca le hubiera hablado aunque hubiera tenido más oportunidades. Unos minutos después, el autobús se aproximaba a mi paradero y tuve que despedirme en silencio de la dulce pasajera de camiseta verde. Me aproximé a la puerta de bajada, giré mi cabeza tratando de verla por última vez, pero había, por desgracia, otras personas que obstruían mi mirada. Sólo pude ver sus manos puestas sobre su mochila que a la vez estaba sobre sus rodillas. El autobús se detuvo y bajé. Estando abajo, traté nuevamente de verla pero esta vez no pude ver ni sus manos, ni nada. El autobús avanzó y se fue, y con él, se fue también uno de los dulces momentos de mi vida.


David J. Díaz.

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